26 oct 2005

Humanos

Los humanos roban cajitas del río que se encuentra en el fondo del mal llamado «Precipicio Infinito» Obviamente digo «mal llamado» porque, si tiene un fondo, no es infinito. Por lo menos hacia abajo.

Viven cerca de allí, unos pocos kilómetros hacia el Sur, al pie de las montañas. De tanto en tanto van hacia donde se encuentran las cajitas y las roban. Si las roban es porque tienen dueño, y esos dueños son quienes ellos llaman «Pájaros». Estos, por alguna razón, desaparecen en las noches, por lo que a esa hora las cajitas son robadas.

Aún así, no es fácil robarlas, puesto que ciertos pájaros deformes cuidan del lugar. Un zarpazo de una de estas bestias podría dejar tremendamente herido a cualquier humano, por lo que hubo que descubrir alguna manera de deshacerse de ellos. Este descubrimiento estaba lejos del alcance intelectual de los humanos, por lo que tuvieron que recurrir a cierta raza enemiga de los pájaros, los «Indemnes», quiénes habitan la parte superior del Precipicio Infinito, el que, evidentemente, tampoco es infinito hacia arriba. Es sabido que los indemnes no socializan con otras razas, (rara vez lo hacen entre ellos mismos) por lo que hubo que espiarlos para saber de qué manera ahuyentaban a los pájaros. El método era de los más sencillo, encendían cosas a la manera de antorchas y las agitaban por sobre sus cabezas, logrando que los pájaros se alejen.
Los humanos copiaron el método exitosamente, por lo que, en adelante, el robo de las cajitas no representó prácticamente ningún problema.

Ahora, ¿Para qué necesitan los humanos las cajitas?. Es conocida la limitada capacidad intelectual de estos individuos, por lo que no son habituales inventos o descubrimientos entre ellos. Por lo tanto, recurren al trueque. Trocan con otras razas intelectualmente más desarrolladas, como los «Diatribos», gente especializada en el uso del cerebro y que constantemente necesita materiales, entre ellos las cajitas, para desarrollar sus invenciones, las cuales a su vez intercambian con quienes les proveen estos materiales.

Azarosamente y muy de cuando en cuando nace entre los humanos un artista. Así como su nacimiento, su arte también es azaroso. No busca nada, pero aún así siempre resulta algo. No se propone hacerlo, pero de todas maneras lo hace. Todo lo que hace es inútil, y sigue haciendo.
No hay manera de que los otros lo comprendan, aunque tampoco es eso lo que él busca. En realidad no busca nada, pero encuentra a cada momento. Crea en espacios etéreos, nada que pueda ser guardado, nada perenne, nada durable. Y, sin embargo, es él quien permanece más de lo que realmente quiere.

Realmente, los artistas no sirven para nada entre los humanos, por lo que son sistemáticamente asesinados. Por suerte para los humanos (y para sus conciencias) los artistas no aparecen casi nunca.

El método es simple, aún para los humanos. Se ata al artista, se lo lleva hasta el río que cruza el fondo del Precipicio Infinito y se lo arroja. Entonces unos pocos, tal vez parientes del artista no del todo convencidos de su culpabilidad (o inocencia), observan como la corriente lo arrastra violentamente y lo lleva a desaparecer en lo que tal vez sea lo único infinito en este precipicio.

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